Historia de Santa Juana

Historia de Santa Juana

Históricamente, los orígenes de Santa Juana se encuentran enmarcados en la resistencia araucana a la colonización española al estar emplazada en el valle de Catirai. Don Luis Fernández de Córdoba y Arce la fundó el 8 de marzo de 1626 con el nombre de Santa Juana de Guadalcázar.

El Valle del Catirai, donde se ubica Santa Juana de Guadalcázar, es lugar de historia y de leyendas. De historia, porque importantes hechos de armas se desarrollaron allí desde los albores de la conquista; de leyendas porque la tradición ha conservado narraciones de siglos. La historia relata que Pedro de Valdivia llegó a Catirai en 1550, acompañado de Jerónimo de Alderete y cincuenta jinetes, cruzando el Bío-Bío por Talcamávida. De ahí en adelante siguieron sus otros viajes al sur para fundar la Imperial Antigua y la ciudad de Valdivia. Después, Tucapel, en diciembre de 1553, donde el siguiente año encontró la muerte.

Antonio Gil y Gonzaga pidió al Rey de España el título honorífico de Villa para Santa Juana, el que le fue otorgado en 1765. En enero de 1891 fue creada comuna y su actual Municipalidad fue creada el 13 de enero de 1891. En la Municipalidad de Santa Juana se conserva casi intacto un valioso documento histórico para la ciudad: es el libro de acuerdos (actas) de la primera Municipalidad o Cabildo compuesto por 7 regidores, elegidos por votación directa de los habitantes de sus respectivas “Parroquias”. En los actos electorales de 1852, realizados en los días 16 y 17 de mayo, resultaron electas las siguientes personas: Don José María Avello (Abelló), Don Juan Ancelmo Ríos, Don Celestino Venavente (tex.), Don José Manuel Ulloa, Don Juan José Neira, Don Manuel del Campo y Don Andrés Campos. Todos estos apellidos se conservan en la comuna.

4230561343_cc02a286bc_zFuerte Histórico

Fundado el 8 de marzo de 1626, por Luis Fernández de Córdoba y Arce, fue destruido varias veces. En la reconstrucción de 1739 se lo rodeó con fosos, convirtiéndolo en isla, con un escarpado muro de piedra hexagonal y un puente de acceso… La construcción del Fuerte “Santa Juana de Guadalcázar”, tiene su origen en la resistencia araucana a la colonización española.
Con la finalidad de resguarda la línea de frontera y mantener expedita las comunicaciones entre Concepción, la isla de la Laja y la zona sur del país, sufrió, desde un comienzo, las consecuencias de la Guerra de Arauco. A su amparo se asentó un caserío que fue adquiriendo con el tiempo características de poblado. Fue reparado en 1648, destruido por los mapuches en 1722 y reconstruido más tarde para servir de base a la población de Santa Juana, a partir de 1739. En esta época se mejoró y apertrechó la fortaleza: se abrió un foso profundo entre el río y una pequeña laguna situada a sus espaldas, convirtiendo el recinto en una isla. En 1765, se le confirió el título de Villa y, en ese estado, se encuentra en los albores de la República. En 1819, la tomaron por asalto las guerrillas realistas que operaban en la región durante la denominada “Guerra a muerte”, y luego de permanecer éstas allí durante dos años, las quemaron. Durante dicho período fue cuartel general del montonero Vicente Benavides.
4231303446_bb413ac387Laguna Rayenantú

Dice la leyenda que luchas constantes avivaban el odio de las tribus hasta que el amor, que no sabe de barreras, vino a complicar más la situación. Fue el amor entre el hijo preferido del Cacique  de los Tralcamahuidas, el apuesto Rayencura –“Flor Poderosa”- y la bella hija del Cacique de los Catirai, Rayenantú –“Flor Dorada”-. Ambos se amaron a pesar de la inquina ancestral y sangrienta que separaba a sus tribus más que el anchuroso Bío-Bío. Por eso se encontraban a escondidas junto a la ribera, siempre temiendo ser sorprendidos, hasta que en una tempestuosa noche de invierno ocurrió la tragedia. La joven Rayenantú desapareció y, al buscarla afanosamente, la vieron en la lejanía nadar por la mitad del río con su amado hacia Talcamávida. Veloces se lanzaron los Catiraies en su persecución disparando flechas sobre los fugitivos.

Al griterío bajaron los  Tralcamahuidas y se armó el feroz combate en medio de las aguas y la oscuridad de la noche. La lluvia de flechas terminó por hacer blanco en los cuerpos de los enamorados. Muertos ambos, las tribus cesaron la lucha y recuperaron los cadáveres de Rayencura y Rayenantú para ser cada uno sepultado en la tierra de sus padres. Al día siguiente, asombrados, los indígenas vieron que en cada tumba habían vertientes que se transformaron en lagunas. Y ambas todavía existen en Santa Juana y Talcamávida.